Harry S. Truman fue el trigésimo-tercer presidente de los Estados Unidos de América. Cuando cesó en el cargo en enero de 1953 y volvió a su hogar en Independence, Missouri, su único medio de precaria subsistencia era una modesta pensión de militar retirado de 113 dólares al mes, ya que en aquella época los expresidentes no tenían derecho a cesantía alguna.
Al abandonar la Casa Blanca, su popularidad era la más baja jamás registrada por un presidente saliente hasta entonces.

Sin embargo, con el paso de los años, historiadores, investigadores, intelectuales, politólogos y el pueblo americano en general, han reconocido su difícil y fructífera presidencia y su figura se agiganta cada vez más con el tiempo. Hoy está considerado entre los seis mejores presidentes de los Estados Unidos de la historia.
Harry Truman, de origen modesto y rural, nunca ambicionó ser presidente de los Estados Unidos; distintas vicisitudes le llevaron a la política en la que fue ganando relativa prominencia y por pura carambola Franklin Delano Roosevelt le pidió que le acompañara como vicepresidente en el tándem electoral de sus cuartas elecciones presidenciales.
El 12 de abril de 1945, menos de tres meses después de haber sido elegido vicepresidente, tuvo que asumir la más alta responsabilidad de su país tras el repentino fallecimiento del ampliamente considerado mejor presidente norteamericano después de Abraham Lincoln y George Washington.
Estados Unidos combatía en ese momento la II Guerra Mundial y aunque la victoria en Europa llegó menos de un mes más tarde, Harry Truman tuvo que tomar una trascendental decisión sobre un arma de la que nada sabía hasta el día en que asumió la presidencia: la bomba atómica. Sólo suya fue la decisión de usarla; el coste de la invasión del archipiélago de Japón se estimaba en más de medio millón de bajas americanas y varios millones japonesas así como la total destrucción del país. La historia y todos nosotros debemos juzgar su difícil decisión que, paradójicamente, salvó millones de vidas humanas.
Los logros de su presidencia son incontestables: creó la Doctrina Truman por la que todas las democracias del mundo recibieron el apoyo de EEUU en su oposición a un comunismo imparable que, como un rodillo, amenazaba con tiranizar todas los naciones. Fruto de esa doctrina fue el Plan Marshall, que él quiso que llevara no su nombre sino el de su secretario de Estado, George Marshall, al que veneraba. Convencer al Congreso y Senado norteamericanos para que donaran miles de millones de dólares para la reconstrucción de Europa como la manera más efectiva de combatir el comunismo, cuando EEUU acababa de salir de la peor crisis económica de su historia, fue una tarea que sólo un gigantesco hombre de estado como Truman supo acometer con éxito.
Fue él, promotor de la creación de la OTAN, quien dio la orden de realizar el puente aéreo de Berlín cuando Stalin quiso estrangular la ciudad con su bloqueo terrestre, salvando ese enclave para la democracia y evitando una guerra con la Unión Soviética.
En 1948 Estados Unidos reconoció el estado de Israel, siendo el primer país en hacerlo. Ese mismo año tomó una de las decisiones más impopulares y controvertidas de su presidencia: envío al Congreso una agenda para la promoción de los Derechos y Libertades Civiles en EEUU que incluía la aprobación de la integración racial en las Fuerzas Armadas norteamericanas y en la Administración Federal; por ello, tuvo que hacer frente a un auténtico levantamiento de los militantes de su partido en los estados del sur y del Partido Republicano. Fue denostado y denigrado pero se mantuvo incólume contra el criterio de su propio partido; era un líder de ideas claras y convicciones férreas. Su sucesor en la presidencia, Dwight Eisenhower, en sus ocho años en la misma, no tomó iniciativa alguna que favoreciera el desarrollo de los derechos y libertades civiles de las minorías afroamericanas.
Al acercarse el fin de su presidencia, Estados Unidos se encontraba inmerso en múltiples conflictos laborales tras el reajuste económico de la II Guerra Mundial, la histeria anticomunista del Macartismo, el auge de la Guerra Fría y la costosa e impopular Guerra de Corea que Estados Unidos combatía casi en solitario.
El 20 de enero de 1953, mientras el país celebraba con alborozo el comienzo de la presidencia de su más carismático y famoso héroe de guerra, Dwight Eisenhower, Harry y su mujer Bess cogían el tren de vuelta a casa ante la indiferencia general.
Harry Truman se inició en la masonería a los veinticinco años, el 9 de febrero de 1909, en la logia Belton 450 al Oriente de Missouri. En 1911 participó en el levantamiento de columnas de la Logia Grandview 618 de la que fue su primer Venerable Maestro, cargo que repitió con posterioridad. En 1940 nuestro Hermano fue elegido Gran Maestro Provincial de la Gran Logia de Missouri y en octubre de 1945 recibió el grado 33º del Supremo Consejo del Grado 33º y Último del Rito Escocés Antiguo y Aceptado Jurisdicción Sur. Es el único presidente de los Estados Unidos en haber recibido tal distinción que él consideró la culminación de su carrera masónica. En 1950 recibió el diploma acreditativo de cincuenta años de membresía ininterrumpida.
Nuestro Hermano Harry se involucró con intensidad y dedicación en su vida masónica desde el primer día y demostrando poseer un gran conocimiento de las distintas ceremonias, hubo veces que trabajó tres días seguidos en otras tantas Logias, ya que era muy solicitado por sus Hermanos por su dominio de los rituales. Ha habido varios presidentes americanos iniciados en el Arte Real –Franklin Delano Roosevelt también lo era- pero ninguno ha demostrado tanto orgullo en serlo; su magnífico retrato al oleo realizado por Greta Kempton en 1949, vistiendo la regalía de Gran Maestro de Missouri, mallete en mano, nos muestra un hombre orgulloso y sereno, lleno de confianza, consciente de la responsabilidad que dirigir una Logia Masónica conlleva.

Cuando falleció el 5 de diciembre de 1970 a los 88 años, su esposa Bess prefirió un modesto funeral privado antes que el grandioso funeral de estado al que los expresidentes tienen derecho y sus Hermanos Masones lo despidieron siguiendo nuestra ancestral ceremonia de pase al Oriente Eterno.
Una de sus rasgos más conocidos fue el respeto reverencial que sentía por el cargo de presidente de los Estados Unidos. Para él, no existía mayor honor y responsabilidad que ejercer dicho oficio; Harry Truman era consciente que él había llegado a asumir ese cometido por circunstancias del destino y, aunque fue reelegido para el mismo, siempre sintió que debía dignificarlo con su medido ejercicio.
Él pensaba que su autoridad en el cargo provenía del imparcial y equilibrado uso que de él hacía; sentía que la obligación del presidente era servir, no ordenar; escuchar, no hacer callar; consensuar, no imponer; convencer, no obligar; inspirar, no ofuscar; liderar, no desalentar.
Para Harry Truman, la integridad de la imagen del presidente, lo irreprochable de su conducta pública, la temperancia en sus manifestaciones y la austeridad en el gasto, eran imprescindibles para salvaguardar la grandeza del cargo que había sido puesto en sus manos; sabía que él era el único responsable de que esto así sucediera.
Finalmente, nuestro Hermano sabía que la persona elegida para tan alto oficio debía ser consciente de lo breve, de lo efímero del mismo; el 19 de enero de 1953 era la persona más poderosa de la tierra, el 20, al llegar a Independence, tuvo que hacer cola para coger un taxi para llegar a casa.
A. F.