La vida de Santiago Ramón -aparte de su faceta puramente científica, que sin duda resulta apasionante-, no la encontramos carente de interés, ni mucho menos. Bien al contrario, su biografía se halla colmada de anécdotas, peripecias y curiosidades que pueden incluso hasta sorprendernos en algún momento, en especial si del investigador aragonés llevamos la idea simplista y estereotipada que los medios de comunicación han dado en dibujar, y que en poco o casi nada, por mejor decir, se asemeja a la verdad existencial de nuestro personaje.
Don Santiago, que por carácter y por los contenidos de sus escritos personales se nos antoja un hombre sereno, tranquilo, reflexivo, pero cercano a la vez a los laberintos culturales e inquietudes sociales que empaparon el ambiente y la época que le tocó en suerte, no pudo quedar indiferente ante el compromiso con el progreso social y las libertades colectivas.
Conocemos el hecho de que Ramón y Cajal supo, desde su juventud, de la existencia de la Masonería, una Orden iniciática un tanto extraña en apariencia, en la que se iban integrando, según veía él mismo conforme pasaba el tiempo, hombres de variados orígenes y tendencias a los que sólo parecía unir el deseo de mejora personal y de avance social. ¿Acaso el futuro Nobel, con una forma de ser como la suya, con un pensamiento tan equilibrado, abierto y honesto, con un ideario tan hondamente humano, podía quedarse fuera de una corriente de tan intenso y extenso calado?
Santiago Ramón y Cajal oyó decir a ciertas personas allegadas, cuyo testimonio resultaba válido para él, que la Masonería era, y sigue siendo, una asociación universal, filantrópica y progresista que procura inculcar en sus adeptos el amor a la verdad, el estudio de la moral universal, de las ciencias y las artes, y desarrollar en el corazón humano los sentimientos de caridad, tolerancia y defensa del progreso. Oyó igualmente que la Masonería pretendía extinguir del planeta los odios racistas y los muchos antagonismos nacionales, confundiendo a los hombres en una atmósfera única de solidaridad y afecto mutuos. Y que para ello proponían, igual que se hace ahora, mejorar la condición social del hombre por todos los medios lícitos, en especial a través de la instrucción, el trabajo y la acción privada.
El afán de mejora había sido siempre una de las máximas de Ramón y Cajal. La constancia, la tenacidad, una de sus mejores y mayores virtudes. El apego al racionalismo y a la cordura, uno de sus criterios de conducta. Por eso debió pensar que la Masonería podía ofrecerle un camino recto por el que avanzar con seguridad en dos sentidos a la vez: en la construcción de sí mismo como persona, por un lado, y en la consecución progresiva de un futuro mejor para el país, por el otro. Era importante para él –hay que reseñarlo- combatir por un mañana donde imperase la paz, la concordia y la razón.
Algo utópico al fin, como toda persona buena y voluntariosa, Santiago Ramón y Cajal contempló, intuyó –mejor- en la Masonería una posible senda por la que arribar al sueño dorado de un ideario que apenas había bocetado en su cabeza y que, como es natural, estaba aún por definir y pergeñar. Pero sin embargo, la decisión de iniciarse como francmasón la toma en firme en 1877, una vez hubo conocido y tratado a ilustres y admirados caballeros que ya eran masones por aquellas fechas, y cuyo ejemplo resultó indispensable para que Cajal se reafirmase en la decisión. A Luis Simarro, político y también destacado francmasón, lo conocería años más tarde, en 1887, y su saber y carisma iban a dejar honda huella en la tarea científica del médico aragonés, quien consideró a la persona de Simarro como maestro y amigo. Los primeros contactos habidos con Simarro, como digo, datan de 1887, fecha en la que Cajal reside en Valencia como catedrático de Anatomía.
En la España posterior a la revolución del 68, la situación de la Masonería resultaba compleja, ya que proliferaron las obediencias. Al poco tiempo, dos de estas asociaciones concitaron mayor interés y aglutinaron más logias en sus dominios: se trataba del Grande Oriente de España y el Grande Oriente Nacional. En septiembre de 1870, Manuel Ruiz Zorrilla, a la sazón Presidente del Gobierno, fue instalado como Gran Maestre de la Gran Logia Simbólica de España. A este hecho siguió, como parece natural, un gran movimiento de expansión de las logias masónicas por todo el territorio nacional. Corrían buenos tiempos para la Orden del compás y la escuadra.
La situación política volvió a cambiar al poco tiempo. La abdicación de Amadeo de Saboya –quien, dicho sea de paso, y como afirmo en una de mis obras, nunca perteneció a la Orden[1]– y la llegada de la República, forzaron la dimisión y expatriación de Ruiz Zorrilla, que dimitió formalmente de sus cargos masónicos el primer día de 1874. Hubo un lapso de tiempo en el que reinó una cierta confusión y decadencia, hasta que se fusionaron el Grande Oriente Ibérico con el Grande Oriente de España. El 7 de abril de 1876, como cuenta el profesor Ferrer[2], fue proclamado Práxedes Mateo Sagasta Gran Maestre del Grande Oriente de España, obediencia que llegó a contar con un total de 380 logias repartidas por el país. Éstas volvieron a conocer, otra vez, una desmesurada y rápida expansión.
Fue en este momento histórico, precisamente, cuando Santiago Ramón y Cajal, que contaba con la juvenil edad de veinte y pocos años –era nacido en Petilla de Aragón en mayo del año 1852-, solicitó su entrada en la logia Caballeros de la Noche núm. 68, de Zaragoza. La ceremonia de iniciación debió tener lugar entre mediado enero y el 20 de marzo de 1877, pues el día 22 de dicho mes ya figura inscrito como aprendiz francmasón –o masón de primer grado, que es lo mismo- en documentación escrita conservada en el Archivo Histórico Nacional de Salamanca. Personalmente me inclino a pensar que pudo ser iniciado en la primera semana de febrero, ya que en abril Caballeros de la Noche volvió a iniciar a tres profanos más, entre ellos a otro médico, don Francisco Blas Urzola Marcén. Santiago Ramón y Cajal tomó el nombre simbólico de Averroes, y fue anotado en el libro de registro con el número 96 de orden.
Poco sabemos con certeza de la actividad masónica del que, a no tardar mucho, sería catedrático de Anatomía General y Descriptiva. El único dato que parece constatable consiste en que, a fecha de julio de 1878, Cajal había sido promovido al grado de compañero, y como tal figura en un listado que transcribe Vera Sempere en una obra reciente sobre la biografía del ínclito aragonés[3]. De aquí en adelante, poco o nada, mejor dicho, se sabe de Cajal como francmasón, por el momento. La logia Caballeros de la Noche tuvo una vida posterior bastante movida, con cambio de obediencia incluido. Da la impresión de que en años sucesivos al de su iniciación, 1877, no aparece el nombre de Ramón y Cajal en listas de cargos de la logia ni en documentación alguna relacionada con los trabajos y actividades de Caballeros de la Noche, razón por la que habría que inclinarse a pensar que, a lo peor, el mucho quehacer profano, unido quizá a cierta desilusión personal por no hallar en la práctica lo que se predicaba en teoría, hizo de Cajal un masón durmiente.
Se guarda una carta de Cajal, dirigida a Carlos María Cortezo, y fechada el 8 de agosto de 1922, en la que -hablando de Simarro, ya fallecido- escribe lo siguiente: “…en España había algo más urgente y digno de su gran talento que presidir logias masónicas, defender anarquías y afiliarse a un muriente y desacreditado partido republicano…”[4]
Por el tono que se adivina en la epístola, la desilusión por la Orden parece patente en el Cajal del año veintidós. Y es que la vida, en ocasiones, nos arrastra, queramos o no, por intrincados vericuetos de difícil andadura.
Estoy seguro aun así de que, activo o durmiente, el estigma de la Masonería jamás se borró del espíritu generoso de don Santiago.
(Publicado con permiso del autor)
[1] Véase SERNA, Ricardo, Masonería y literatura. La Masonería en la novela emblemática de Luis Coloma, Madrid, Fundación Universitaria Española, 1998, p. 132.
[2] FERRER BENIMELI, José Antonio, Masonería española contemporánea. [2 Vol]. Vol. 2, Madrid, Siglo XXI Ediciones, 1980, pp. 8-9.
[3] VERA SEMPERE, Francisco J., Santiago Ramón y Cajal en Valencia (1884-1887), Valencia, Editorial Denes, 2001, p. 79. Las primeras y básicas noticias sobre Cajal y sus actividades masónicas en la logia Caballeros de la Noche núm. 68 ya se encuentran en FERRER BENIMELI, José A., La Masonería en Aragón [3 vol], Zaragoza, Librería General, 1979, Vol. I, p. 138.
[4] Reproducida en VERA SEMPERE, Francisco J., Ob. cit pp. 80-81.