El hombre tiene sus limitaciones. El método científico nos ha llevado al logro de hazañas que serían consideradas como brujería por nuestros antepasados. Las comunicaciones, la investigación espacial, los logros en medicina, el comercio, nos hacen enorgullecernos a todos, por lo menos los que vivimos en el llamado “primer mundo”. Sin embargo, ese desarrollo no colma todas las necesidades de nuestra especie. El progreso de los últimos tiempos es un progreso asimétrico ya que el desarrollo en lo económico no ha sido acompañado de una mayor satisfacción de las necesidades espirituales.
Es complicado definir cuáles son esas “necesidades espirituales”, cada uno las percibe en su interior de una manera personal. Una vez satisfechas las necesidades más perentorias-primero comer y luego filosofar- surge en el corazón humano un sentimiento de desazón, de desasosiego que percibimos como una necesidad más profunda que no podemos satisfacer con lo material. Nos planteamos preguntas sobre el porqué y el para que de nuestras vidas y sobre su significado. Como el camino para contestar estas preguntas pasa por nuestros sentidos y nuestras facultades intelectuales, nos ponemos a trabajar juntos, cada cual, en la medida de su talento, en buscar respuestas a todas las interrogantes que nos atormentan. Pronto nos damos cuenta de que progresamos hasta encontrarnos con un muro.
Ese muro comienza cuando alcanzamos los límites de nuestra razón. Con el pensamiento racional avanzamos hasta llegar a esa línea invisible que separa lo cognoscible de lo incognoscible. Para flanquear esta barrera, tradicionalmente el hombre ha buscado respuestas en su propio corazón. Estas respuestas han sido contestadas a través de determinadas intuiciones que surgen de lo más íntimo de su ser, intuiciones que son una experiencia íntima. No sabemos todavía qué procesos neurológicos originan en el hombre el convencimiento que está adquiriendo conocimientos trascendentes no racionales. pero la mayoría cree percibir, que el conocimiento que llega por la vía del conocimiento intuitivo supone, una verdad intima no discutible, que no tiene nada que ver con la fe ciega en principios superiores que repugna al hombre librepensador.
Es pequeño el hombre, pero en su interior posee esa pequeña chispa de divinidad (ese principio superior en el que manifestamos nuestra creencia el día de nuestra iniciación) chispa a la que no me resisto a llamar “alma”, que hace que emprenda el camino para adquirir ese conocimiento que percibe de una forma más intuitiva que racional. Esa verdad íntima adquirida por el trabajo individual es de muy difícil transmisión a sus semejantes, por ello nos referimos a ella como “lo indecible”.
El conocimiento bebe en muchas fuentes. Encerrarlo en el recinto amurallado del pensamiento racional es limitar su crecimiento.
El hombre racionalista puro y el espiritual puro adolecen del justo equilibrio. Si el equilibrio está en el justo medio, ambos deben abrirse a nuevas formas de interpretar el mundo.
El conocimiento racional se basa en la utilización de los conceptos, es pues un conocimiento estructurado. El conocimiento intuitivo es un conocimiento holístico, se percibe como un todo y por ello es muy difícil expresarlo y comunicarlo a los demás; sería similar a la experiencia estética. Oír una música bella, contemplar un hermoso cuadro, nos provoca unas sensaciones reales muy difíciles de comunicar a los demás con palabras. Otro ejemplo lo tenemos en conceptos abstractos como el infinito, muy usado en filosofía, en religión y en matemáticas, pero que racionalmente resulta muy difícil de explicar
El conocimiento intuitivo tiene mucho que ver con el conocimiento propugnado por las distintas corrientes de la tradición iniciática y es un camino que es preciso recorrer completamente solo.
La Masonería como Orden de tradición iniciática nos prepara para adquirir conocimiento mediante nuestro esfuerzo personal, y para aquellos conocimientos intuitivos difíciles de expresar con palabras, nos provee de símbolos. El símbolo sería pues una herramienta para despertar los conocimientos que llevamos dormidos en nuestro interior.
Para los antiguos griegos, Aglaya, “la resplandeciente” ‘la que brilla’, ‘la esplendorosa’, ‘la espléndida’, era la menor de las tres gracias o cárites y simbolizaba la inteligencia, el poder creativo y la intuición del intelecto. Esperemos que ella nos sea propicia en el camino que hemos emprendido.
J.M.