La necesidad de encontrar respuestas
Es propio del ser humano no dejar ninguna pregunta sin responder. Todo debe tener una explicación, un por qué, la ausencia de respuestas nos inquieta aún más que el hecho de que las respuestas no sean de nuestro agrado. No saber, por ejemplo, qué ha sido de un ser querido puede atormentar mucho más que conocer el peor de sus desenlaces.
Cuando el ser humano no es capaz de encontrar respuesta a alguna de sus preguntas aparece su lado más insignificante y vulnerable, siempre lo más temido es aquello que se desconoce. Pero la limitación del hombre existe y no es posible abarcar toda la realidad. El hombre, todo lo que conoce y aprende es gracias a sus sentidos y estos “captan” solo una parte muy pequeña de toda la realidad que nos rodea. En ocasiones, no solo no somos capaces de encontrar respuestas a determinadas incógnitas, la propia ignorancia es tal que ni siquiera somos capaces de formular la pregunta. Debemos por lo tanto asumir las limitaciones que tiene el hombre, para encontrar respuestas e incluso para formular sus propias preguntas.

Las respuestas que encontramos están basadas en la fe y en la razón. La fe se define como cualquier creencia que no puede evidenciarse, mientras que la razón es cualquier creencia basada en la lógica o la evidencia que aplicándola de una manera sistemática y ordenada daría lugar a lo que conocemos como el método científico. Este ha sido el método en el que ha crecido la ciencia dejando de lado cualquier tipo de dogma o fe.
La ciencia progresivamente ha ido dando argumentos científicos basados en la razón, la lógica y la evidencia a cuestiones que anteriormente eran resueltas desde la fe. La historia ha dejado una singular colección de creencias respecto a fenómenos que hoy no representan ningún enigma. Ejemplos como que los rayos eran lanzados por los dioses; los eclipses eran monstruos o dragones que atacaban al sol; las inundaciones o sequías eran castigos de los dioses; todo debía mantener un orden lógico y una explicación.
Hoy sabemos que son los rayos, existen varias disciplinas científicas que permiten estudiarlos en detalle, desde su predicción o su formación, conocemos su carácter eléctrico, pero aun así seguimos sin poder abarcar toda la realidad, conocemos muy bien el comportamiento físico-eléctrico, pero tenemos un total desconocimiento del porqué de éste. Esto podemos hacerlo extensivo a muchas ramas de la ciencia.
Simplemente hemos dejado de preguntarnos que hay más allá de lo que simplemente vemos, si no existen preguntas no hay necesidad de respuesta y no genera ningún conflicto.
Las relaciones entre la fe y la razón
La razón y la fe se han entendido tradicionalmente como opuestas, han existido planteamientos que tratan de validar una argumentando en contra de la otra. Así, por ejemplo, encontramos la idea de la razón subordinada a la fe: Sostiene que cualquier tipo de razonamiento tiene como base la fe. Si se razona según las evidencias debemos tener fe que lo que percibimos desde nuestros sentidos es real y de esta forma todo podría estar cuestionado en base a la creencia que nuestros sentidos captan la auténtica realidad.

René Descartes en “Meditaciones sobre la primera filosofía” ya aludió a la posibilidad de que exista una distorsión de la realidad por la limitación de nuestros sentidos. Este tipo de planteamiento sobrevalora la fe en detrimento de la razón, trata de validar la existencia de Dios únicamente desde la fe sin necesidad de evidenciarlo. Además, plantea que la fe es condición previa para llegar a la razón, sin una hipótesis no puede haber nunca una tesis. Por otro lado, encontramos el planteamiento contrario: La razón como única fuente de verdad. El razonamiento, la deducción, el análisis, termina siendo igual en todos los hombres. El método científico, con los mismos conocimientos, aplicado una y otra vez nos lleva siempre al mismo resultado. Solo añadiendo nuevos conocimientos a este método podremos llegar a resultados diferentes, pero la opinión del hombre y sus creencias no afectan al resultado. Se entiende así, como única fuente de verdad absoluta, porque todos los hombres llegaremos a las mismas conclusiones.
En mi opinión ambos puntos de vista tienen su verdad y además se necesitan el uno al otro, no los considero opuestos sino complementarios. Todos necesitamos de las dos en nuestra vida. La fe comienza donde termina la razón y la razón nace de la fe.
El poder de las creencias, la sugestión y el efecto Pigmalión
En determinadas ocasiones, el tener “fe” en algo, puede ser tan valioso como tener “razón”. Si se tiene fe en Dios, ¿para qué se necesita una evidencia Suya?
La fe o las creencias no solo tienen la misión de llenar los huecos que dejan determinadas preguntas, tal como hemos visto antes. También sirven de bálsamo para nuestras heridas y de motor en nuestra vida. Tener fe en una pronta recuperación de salud, puede resultar la mejor de las terapias.
La fe, las creencias, las expectativas que tenemos acerca de algo pueden condicionar notablemente la actitud que tomemos en nuestra vida. A esto se le conoce el efecto Pigmalión: Pigmalión aparece en la mitología griega. Se trata de un escultor llamado Pigmalión que termina enamorándose de una de sus esculturas, una bella mujer que la trata como si estuviera viva. Después de un sueño y por obra de Afrodita, la escultura cobra vida y así el sueño se convierte en realidad.
El efecto Pigmalión es el nombre que se da, cuando nuestras creencias pueden terminar convirtiéndose en realidad o con los mismos resultados que si fueran reales, solo por el hecho de cómo nos enfrentamos a la vida; efecto puede ser positivo o negativo y que naturalmente tiene unos límites. Probablemente no lleguemos a conocer nunca el poder que tiene la “creencia” o la “fe” en determinados aspectos y como la sugestión puede llegar acondicionar nuestra vida.
A.L.M