Como primera precaución, debemos definir lo que se entiende por sectarismo. Existen muchas y muy variadas definiciones del término, pero creo que en aras a la brevedad, podríamos decir que es considerar que los “tuyos» , hagan lo que hagan y digan lo que digan, siempre tienen razón. Según dice Francesc de Carreras, catedrático de Derecho Constitucional “En esta posición, se parte ya de una perspectiva irracional: que no existe la verdad, sino que existen, simplemente, los tuyos, es decir, los de tu secta, y que a ellos siempre hay que darles la razón”.
Tanto en el medio político, como sindical, religioso e incluso deportivo, muchas de las personas que pertenecen a estos grupos defienden sus posiciones de forma ciega, visceral, con ferocidad tribal. El grupo tiene siempre la razón, los demás, cuando no coinciden con él están equivocados. Es mejor un beato de los míos que mil santos ajenos.
Este sectarismo existe también para con los amigos y los familiares. Se coincide y se da generalmente la razón a nuestros amigos y a nuestros familiares más próximos. Las emociones nublan nuestro entendimiento en numerosas ocasiones y por ello tendemos a ser especialmente benévolos con opiniones o conductas que no toleraríamos en personas fuera de nuestro círculo más próximo. Esta contradicción la encontramos en la famosa frase de Albert Camus “entre la justicia y mi madre, yo escojo a mi madre”.
Este posicionamiento en opiniones inmutables tiene su origen en firmes creencias, creencias a las que no sólo llegamos a través de procesos intelectuales o convicciones éticas, sino que proceden de emociones sutiles como la necesidad de pertenencia a un grupo, miedo a la soledad, miedo a no ser aceptado, inseguridad, etc.
Siguiendo a John Milton y Thomas Jefferson podríamos asegurar que el bálsamo que puede aliviar el sectarismo está en la libertad de expresión y en la libre discusión de las ideas. Pero hay que estar alerta, dentro de la libertad de expresión debe distinguirse entre las informaciones y las opiniones. La información debe ser precisa y por ello objetiva, sin embargo, la opinión es la valoración que se hace de una información desde un punto de vista. Desgraciadamente, cada día es más frecuente que nos lleguen opiniones disfrazadas de información.
El sectarismo está presente en el día a día a través de los medios de comunicación y por ello, los clásicos recursos retóricos de los sofistas se usan profusamente en la actualidad.
El efecto que tienen los medios sobre el sectarismo es multiplicador. Muchas personas posicionadas ideológicamente, tienden a informarse a través de medios afines. Esto lleva progresivamente a la observación de la realidad a través de estereotipos, que a fuerza de ser reiterativos y no cuestionados, acaban imponiendo determinadas opiniones y creencias. He oído a alguna persona decir que no lee tal o cual periódico por “higiene mental”, lo que denota en el fondo un cierto miedo a que lo que lea le pueda hacer dudar de sus convicciones.
Pero todo no es tan evidente como parece. En ocasiones, para encontrar a nuestro mayor enemigo tenemos que mirar al espejo. Resulta paradójico que sea tan sencillo advertir el sectarismo ajeno y tan difícil ver nuestras propias posturas sectarias. Leon Festinger, psicólogo social estadounidense contemporáneo, elaboró la que se conoce como teoría de la disonancia cognitiva, que parece explicar muchos fenómenos sociales.
Podemos resumir dicha teoría diciendo que el hombre, ante todo es un animal más obsesionado por la coherencia y apariencia de sus actos que por su racionalidad. Antes afirmábamos que la libre circulación de ideas es el bálsamo que cura el sectarismo, pero observamos en gran cantidad de largos debates, que las personas intercambian opiniones, dan razones, argumentan ideas…y acaban por irse cada uno a su casa sin haberse movido lo más mínimo de sus convicciones.
Por fenómenos debidos a la disonancia cognitiva, no defendemos nuestra opinión mediante razones, sino que discurrimos razones para defender nuestra postura inicial. Según palabras del psicólogo Miguel Ángel Vadillo: “no defendemos cierta postura por una serie de razones (las que ofrecemos a los demás), sino que damos esas razones porque defendemos cierta postura. Dicho de otra forma, no nos molestamos en pensar lo que hacemos, pero sí que nos molestamos en pensar cómo vamos a justificar (ante los demás y ante nosotros mismos) lo que hemos hecho.” En cierta forma todos somos en algún grado, esclavos de nuestro pasado intelectual.
De la misma manera que en la construcción de un edificio, unas piedras sirven y otras pueden incluso comprometer su solidez de la obra, debemos ser muy críticos con nuestro pensamiento. Debemos tener presente que tanto las ideas imperfectas como algunas verdades personales pueden derrumbar todo el Trabajo realizado.
Inmanuel Kant dijo: Sapere aude !! , «Atrévete a saber». Hay que tener el valor de usar nuestra razón aún cuando ésta ponga en peligro nuestras convicciones. Los hechos son siempre objetivos, pero nuestro corazón puede jugarnos más de una mala jugada. Por ello, sin silenciar la parte emocional de nuestro ser, la razón debe estar siempre vigilante, actuando sobre nuestro pensamiento como las riendas que frenan y dirigen el galope tumultuoso del caballo.
F.J.M.